miércoles, 30 de abril de 2008

El trabajo, eje de la memoria rural

“Hay un molino de viento de 1840 que fue rearmado por Enrique Udaondo en el Museo de Luján, uno de los pocos referentes que quedan de la industria de la molienda en Buenos Aires: falta ponerlo en funcionamiento. En los alrededores existen referencias de antiguas molinos accionados por energía hidráulica. En Baradero he visto locomóviles (generaban energía a partir del vapor y desplazaron al caballo para tirar del arado), trilladoras y vagones se conservan”.Carlos Moreno habla de los temas que ha investigado en sus libros: el hombre, el trabajo, el patrimonio.
Su relato es un repaso pormenorizado de hechos sencillos a partir de los cuales el campo adquirió una fisonomía cada vez más productiva: “Quedan restos de los tajamares, improntas de las piedras de los batane s que construyeron los jesuitas en Alta Gracia. El primer elevador de granos se construyó en Rosario en 1865. El dique San Roque, sobre la cuenca del Río Primero, en Córdoba, inaugurado a pesar de mucha resistencia local en 1891, fue precursor en el país. En Colón, donde estuvo la colonia San José, fundada por Urquiza, se mantienen casas de los colonos, testimonio de las décadas 1870-90 cuando se produjo un gran cambio en la producción acompañado por el ferrocarril. El molino Forclaz, en la colonia Santa Fe, es de esa época, como los molinos hidráulicos que se conservan en Jachal (San Juan), donde se hacía la molienda del trigo que luego se transportaba a Chile a lomo de mula”
Moreno incluye en su descripción del patrimonio elementos que no suelen considerarse significativos:”Los galpones, los montes, también son parte de una memoria integrada. Todo eso requiere un estudios científico que nos permita comprender y valorizar el trabajo: la tierra, la pampa yerma, fueron transformadas por el ingenio y el trabajo”

¿Qué hace el hombre ante los recursos naturales para transformarlos en función de su necesidad? Como lo describe en su último libro El hombre, el trabajo, los recursos, los españoles llegaron a América y encontraron un acueducto construido en Chapultepec; herramientas de piedra, navajas de obsidiana, y el uso de la piedra para moler maíz; los pueblos andinos de la cultura tiahuanaco fundían el oro, la plata, el cobre, el estaño en primitivos crisoles en los que el fuego era avivado por el viento. Los huarpes extraían metales en el valle de Uspallata. En San Antonio de los Cobres se han encontrado huairas (hornos para fundir), narayes (morteros de piedra) y moldes de piedra para recoger el metal fundido. Un relato técnica y científicamente pormenorizado de lo que fueron logrando constituye la médula apasionante de este libro: desde los recursos para drenar el agua de las minas, la explotación del salitre y el guano, las técnicas de perforación, la fabricación de armas y enseres utilizando plomo y hierro, las curtiembres, el agua, el viento y el fuego como fuentes de energía, hasta el motor de vapor, la electricidad.
Aquí no había nada o casi nada, pastizales, los yeguarizos salvajes dejados por la expedición de Pedro de Mendoza, los vacunos guampudos que se reproducían libremente después de la llegada de Juan de Garay.”Muchas veces se habla de cascos coloniales, asignándoles fecha de prestigio: en realidad durante la colonia el campo casi no tenía importancia, contaban las vaquerías, el comercio, el contrabando. Hubo excepciones, como Ramos Mexía en “Miraflores”, fundó una estancia en 1814 comprándoles su tierra a los indígenas, que después nunca le hicieron un malón. Asumió riesgos, fue un hombre valiente, de ascendencia inglesa, formado en Chuquisaca, con un pensamiento muy humanista. También hubo otros tipos de estanciero, que enfrentaban el tema del campo por la fuerza Hudson describe al que vendía sus tierras, que no generaba progreso. William Mac Cann hace un contrapunto entre el que trabajaba con criterio evolucionado y el que tenía atado a la cama el gallo de riña.
No había legado el tiempo de la agricultura…
La agricultura tuvo su primer gran propulsor en el Doctor Manuel Belgrano, que hizo planteos fundacionales, inspirado en el pensamiento de Jovellanos y en las Sociedades de Amigos del País que había conocido en España. Pero Mayo comienza con un planteo y termina con un saladero. Staples y MacNeil instalaron uno en Buenos Aires en 1810, Rosas y sus socios, en 1815. Fueron eficaces mientras duró la esclavitud en Cuba y en Brasil, los principales consumidores de tasajo, hasta la década del ochenta. La colonización no prosperó al principio: ni la de los alemanes en San Pedro, en 1823, ni la de los hermanos Robertson, en Santa Catalina, en 1825, que duró dos años. La Exposición Nacional de Córdoba, en 1871, en la que Eduardo Olivera, por iniciativa de Sarmiento, presentó máquinas de origen norteamericano, selecciones de variedades de semillas, transformó una producción que, treinta años después y por el trabajo de los colonos que se arraigaron, como los alemanes del Volga, en Suárez y Olavaria, convirtió a la Argentina en granero del mundo.
¿Simultáneamente se producía una evolución de la ganadería?
El alambrado –Francisco Aviac. Fue el primero que alambró el perímetro de su campo en 1854- se sumó a las innovaciones de los estancieros que, asumiendo grandes riesgos, iniciaron el refinamiento del vacuno con miras ala exportación. Unos años antes irlandeses y escoceses aportaron elementos científicos a la cría de los lanares, introduciendo galpones y otras modificaciones. El gaucho, que había sido protagonista de guerras y entreveros, al que Rosas había disciplinado para el trabajo en el saladero, no sobrevivió a este cambio.
“También el paisaje había evolucionado. El cardo, que no era nativo, fue el primer modificador del paisaje de la pampa, además de servir, seco, como combustible. Los eucaliptos, después las casuarinas, acacias y paraísos, alteraron el horizonte, se utilizaron como rompevientos para crear un oasis, un microclima, en cuyo interior se plantaban otras especies. Lo mismo se hizo con el álamo en Cuyo y en la Patagonia. Se ha olvidado a Grigera, autor de trabajos relativamente científicos sobre los cultivos, del durazno por ejemplo, y a precursores en la creación de jardines, como fueron los del Palacio San José en Entre Ríos”.
El hombre, el trabajo y los recursos incluye un texto de Carlos Fernández Balboa titulado “La energía de los bosques nativos de la provincia de Buenos Aires”, en el que detalla los bosques naturales de la provincia, los de talas, algarrobos y los bosques hidrófilos (sauces y selvas marginales) Destaca que un bosque plantado no contribuye directamente a la conservación de la naturaleza y su entorno, mientras que un bosque nativo si, y señala que “la destrucción de prácticamente todas las masas boscosas nativas de la provincia para su utilización como madera, leña, postes de alambrado, o simplemente para extender la frontera agropecuaria, demuestra que la falta de planificación y el cortoplacismo, imperan en el manejo de la naturaleza”
¿El tema también se encuadra en la valoración del patrimonio?
El tema del patrimonio rural es complejo, no puede considerarse como algo estático. Suele condicionar su tratamiento un rechazo ideológico,, pero hay que considerarlo desde lo argentino, que es una integración, y tener en cuenta una visión de la construcción del país, que valorice el trabajo. Es necesario poner en valor esa memoria de la Argentina: integrar la evolución, la memoria de cada zona, de la que fue, tan llenas de cosas simples, A partir del ingenio y del trabajo del hombre se transformó la tierra, se culturalizó la naturaleza, apuntando a una mejor calidad de vida. No se rescata la esencia de las cosas. Se habla de una historia del campo relatada a partir del casco. Y no lo que significa. No se trata solamente de cascos –entre 1880 y 1910 se construyeron casas como expresión social-, sino de las estancias como lugar de producción: en “San Martín”, de Vicente Casares, había galpones cuya construcción costaba más que una casa. El campo es una memoria de trabajo, y esa memoria es parte del quehacer nacional.
¿Muchas iniciativas personales y también institucionales, señalan un interés en ese sentido?
Existe una mayor conciencia para conservar, rescatar más cosas, en el sentido de conocer nuestras raíces. La soja nos ha dedo una autoestima que espero que no se desaproveche, sino que sea una oportunidad para hacer el cambio, para invertir en energía, en desarrollo industrial, transformar la Argentina en referente de las tecnologías agrarias. La educación logró durante años un país integrado, y “m’hijo el dotor fue una realidad”: otros países de la región no tuvieron esa oportunidad. Hoy la educación parece aportar más asistencia que formación, aunque la universidad conserva prestigio. Se ha instalado una cultura en la que parece que estudiar no fuera importante. Hay que logar que el modo de trasmitirla idea de la estancia se actualice, trasmitir que el campo es una construcción de muchas generaciones, de mucha gente con orígenes culturales diferentes, del hombre a caballo, el labrador de a pié, el peón, el irlandés ovejero, el gringo chacarero, y tantos otros. Sus expresiones materiales, los magníficos palacios y sus parques, y también el rancho de pared de chorizo. Sin uno no se puede explicar el otro. Hay que pensar con un sentido humanista: al campo lo hicieron todos. Construyamos una memoria consolidada, una historia que integre la del interior, la de las provincias que estaban lejos del puerto. En dos puntos se concentraba intensamente la producción: la del azúcar en Tucumán, la vitivinícola en Mendoza, que también desarrollaron los jesuitas. Pero he visto estancias en Salta, por ejemplo, donde se conservan secadores y elementos de la industrialización del tabaco.
¿Propuestas para conservar esas ideas?
En la estancia san Martín en Cañuelas, se podría habilitar un centro que evocara la memoria de la industria de la leche, que es toda una epopeya en el país. O pensar en ecomuseos como los que existen en Europa: en La Camargue y en Colmar, en Francia; en Ballemberg, en Suiza donde se muestran la producción y la industria de los cantones. No es un espectáculo, es la comunicación de una memoria. Aquí se podría Mostar como se araba, como se produce el aceite, por ejemplo. Existen fiestas regionales como la de la trilla, que organizan los galeses en Chubut, pero hace falta darles una dimensión Argentina, integrar las vidas y la producciones de las antiguas colonias en una proyección nacional.
¿El turismo contribuye a una difusión de estos temas?
A veces una el patrimonio como elemento de consumo. Trasmite una imagen frívola, esquemática, “para exportación”. Esto debería revertirse desde el nivel institucional. Hay que considerar una historia (hoy desvalorizada), pero no la que se centra en el tradicionalismo, que esta lejos de la realidad. Hay que rescatar el rol que tuvieron el criollo, el gringo, los dirigentes que forzaron situaciones. Trasmitir una idiosincrasia, un sentimiento. Se ha priorizado una historia político-militar y no una historia de la construcción del país

Susana Pereyra Iraola.

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