miércoles, 26 de marzo de 2008

La Querencia


Imagen de un cuadro de la pintora Graciela Guercia

La Mazorca


¡Mueran los salvajes unitarios!, de Gabriel Di Meglio, resuelve con sencillez algunas de las complejas tramas políticas, sociales y culturales del segundo período de gobierno de Juan Manuel de Rosas en Buenos Aires (1835-1852), Lo hace a través de un estudio de lo que, muy groseramente, se podría definir como la policía política del Restaurador de las Leyes: la Mazorca brazo armado y homicida de la Sociedad Popular Restauradora.
La aparición, en la Buenos Aires criolla, de esta inusitada herramienta de poder- desconocida hasta entonces no porque hubieran faltado políticas terroristas, sino porque ninguna había sido ejecutada con medios clandestinos- se debió a las luchas entre partidarios y enemigos del Restaurador de las Leyes, entre fines de su primer gobierno, en 1832, e inicios del segundo en 1835. Durante ese lapso de incertidumbre y conflicto y mientras Rosas trataba de obtener mayor prestigio con su campaña al desierto, su esposa Encarnación Ezcurra se las arregló para deshacerse de adversarios y competidores con una puntillosa red de alianzas, regalos y halagos a los sectores oprimidos de la sociedad porteña, libertos, sirvientes, jornaleros y gauchos sin otro amparo que la amistad de la influyente señora. Ese aparato de espionaje, delación y amenaza sumado al patrocinio de los partidarios que su marido había logrado reclutar entre el patriciado porteño, le permitió a doña Encarnación poner en manos de Rosas una fuente de presión política y social que tendría a cargo la sangrienta tarea de eliminar a algunos de sus numerosos enemigos. El conciso relato de Do Meglio presente una matizada pintura de os efectos morbosos que produce en una sociedad un poder público desmedido: el odio de partido, los celos personales en la búsqueda de prebendas y privilegios, la delación como vehículo del resentimiento o instrumento de extorsión para lograr ventajas o legitimar abusos. El autor se ha documentado sobre los procesos judiciales y policiales del período, los presenta con exactitud y una inmensa percepción de las miserias humanas subyacentes.
La consigna de guerra contra sus enemigos, “¡Mueran los salvajes unitarios!”, le permitió a Rosas generar una adhesión simplificada, irreflexiva y autoritaria de sus acciones políticas y militares y, al mismo tiempo, establecer con sencillez el estereotipo del adversario por excelencia: ilustrado, europeísta, irreligioso, amigo de extranjeros, enajenado de su propia patria y, por ello, enemigo del pueblo, de la gente humilde y laboriosa. Esos salvajes unitarios –en verdad, casi borrados del país hacia 1830, pero presentados bajo los disfraces más cambiantes- terminaron siendo, para los rosistas, los únicos responsables de la guerra civil sangrienta e interminable, de las intervenciones extranjeras, de los miserables bloqueos navales contra el puerto de Buenos Aires y de toda amenaza de caos y anarquía. ¡Mueran los salvajes unitarios! Presenta, en suma, una lectura sagaz sobre el tipo de terror aplicado por el Restaurados, que se empeñaba en mostrarlo una y otra vez como la reacción legítima y popular frente a sus incansables provocadores, aunque sabía muy bien que era producto de sus propias decisiones y elemento inseparable de su estilo de gobierno.

Rogelio S. Paredes

Empezar de nuevo

Yo tenía miedo a la oscuridad,
hasta que las noches se hicieron largas y sin luz
Yo no resistía el frío fácilmente,
hasta que aprendí a subsistir en ese estado
Yo le tenía miedo a los muertos,
hasta que tuve que dormir en el cementerio
Yo sentía rechazo por los rosarinos y por los porteños,
hasta que me dieron abrigo y alimento
Yo sentía rechazo por los judíos,
hasta que le dieron medicamentos a mis hijos
Yo lucía vanidoso mi pulóver nuevo,
hasta que se lo di a un niño con hipotermia
Yo elegía cuidadosamente mi comida,
hasta que tuve hambre
Yo desconfiaba de la tez cobriza.
hasta que un brazo fuerte me sacó del agua
Yo creía haber visto muchas cosas,
hasta que vi a ni pueblo deambulando sin rumbo por las calles
Yo no quería al perro de mi vecino,
hasta que aquella noche lo sentí llorar hasta ahogarse
Yo no me acordaba de los ancianos,
hasta que tuve que participar en los rescates
Yo no sabía cocinar,
hasta que tuve frente a mí, una olla con arroz y niños con hambre
Yo creía que mi casa era más importante que las otras,
hasta que todas quedaron cubiertas por las aguas
Yo estaba orgulloso de mi nombre y apellido,
hasta que todos nos transformamos en seres anónimos
Yo criticaba a los bulliciosos estudiantes,
hasta que de a cientos me tendieron sus manos solidarias
Yo estaba bastante seguro de cómo serían mis próximos años.
Pero ahora ya no tanto
Yo no recordaba el nombre de todas las provincias.
Pero ahora las tengo a todas en mi corazón
Yo no tenía buena memoria, tal vez por eso ahora no recuerde a todos.
pero tendré igual lo que me quede de vida para agradecer a todos
Yo no te conocía, ahora eres mi hermano
Teníamos un río, ahora somos parte de él
Es la mañana. Ya salió el sol y no hace tanto frío. Gracias a Dios.
Vamos a empezar de nuevo.